Hola (de nuevo), querido lector

15 abr 2018


Sentarme a escribir estas letras ha sido volver a ese lugar que siempre consideré mi refugio, a ese espacio creado con tanto mimo donde puedo ser yo misma, Cristina, con sus ideas, sueños, opiniones y deseos. Sé que han sido varias semanas - meses incluso - en que he dejado todo lo relacionado a Palabras que vuelan en stand by, sin más que alguna aparición esporádica en alguna red social. Quizás algunos se pregunten qué pudo haber ocurrido para que el blog quedase detenido en el tiempo, para que yo misma me desapareciera y dejase los libros de lado. En realidad, todo se remonta a Noviembre del año pasado, a raíz de un hecho que sabía que sucedería, pero que nunca pensé que me costara tanto: conseguí trabajo. 

A finales del año pasado terminé las prácticas, cerré el último ciclo de universidad, puse en trámite mi certificado de bachiller y, casi sin darme cuenta, había conseguido un trabajo. Un puesto dentro de un área que me interesaba, en un rubro que era nuevo para mí, pero que me permitiría hacer algo que me encantaba. Los primeros días fueron difíciles, de acostumbrarse al nuevo lugar, a las personas y a las tareas del día a día. Mi jefa inmediata era paciente y yo admiraba lo bien que había sabido llevar el área sin más ayuda que sus propios recursos. Empecé a amoldarme al ritmo y ahí vino el primer bache: fin de año, fin de contratos. La que había sido mi jefa se iba a retirar por nuevas oportunidades en apenas dos semanas y quién iba a quedar a cargo del área era yo. Yo, Cristina, que apenas llevaba algunos días conociendo el sistema y a la que le quedaba una quincena para aprender a manejar todo por mis propios medios. Lo tomé como un reto (de los grandes) y los primeros días de Enero - con mudanza de oficina incluida - empecé una nueva etapa laboral.

Recuerdo que fueron días durísimos, días en los que la ansiedad me embargaba y empezaba a dudar de las decisiones que iba tomando en el camino. Ser psicóloga es trabajar con personas que son un mundo cada una. Equivocarse no era cuestión de borrar un archivo o volver a elaborar un presupuesto. Me enfoqué muchísimo en el trabajo, en hacer todo lo que estuviera en mi mano por cumplir con las tareas, por minimizar los errores, por finalizar en los plazos para que todo funcionara como debía. Trabajaba horas extra y llegaba a casa muerta de cansancio. No tanto físico, sino emocional. Era los primeros días de Febrero y apenas había tocado un libro. Las páginas avanzaban lentísimas, la historia no me cautivaba lo suficiente. Traté de refugiarme en las series o la música, porque incluso salir con amigos demandaba un tiempo que no tenía. Y lo poco que me quedaba libre, lo dediqué al Club de lectura, ese proyecto bonito que necesitaba salir adelante después de los cambios por los cuales había pasado. Decidí que Palabras que vuelan podría esperar, que tal vez también le hacía falta un respiro, recargar energías para poder retomar el ritmo.

Marzo llegó y en temas laborales el asunto se estabilizó. Al menos unas semanas, porque hubieron algunos cambios a nivel de estructura que nos tocó enfrentar a todos. Me sentía más segura de mis decisiones, de los procesos que llevaba y, definitivamente, la mejor motivación era ver una sonrisa en la cara o unas palabras de agradecimiento al ver que las personas con las que me tocaba trabajar lograban obtener aquella certificación de la que yo era encargada. Las horas libres empezaron a ser más frecuentes, las ganas de abrir y sumergirme en un libro retornaron, los días de querer ir al cine, de sentarme a escribir. Pero, ¿y si el tiempo que había dejado solo a Palabras que vuelan había sido demasiado? ¿Y si escribir un post o reseña ya no tenía el mismo efecto que antes, ese poder de desconectarme del mundo? ¿Y si mejor dejaba esto de escribir en un blog porque ya habían pasado de moda y muy pocos los leían? Realmente no sé si fue fruto del cansancio, de la desmotivación o de un posible bloqueo lector a gran escala, pero las dudas empezaron a surgir cada día. Confieso en que llegué a un punto en que empecé a considerar seriamente la idea de cerrar el blog, de decirle adiós a este rincón que me había alojado durante seis años. Aproveché un viaje corto de Semana Santa para pensar las cosas con detenimiento, para meditar cada detalle de una decisión que, sin pretender, podría haber sido una de la que me hubiera arrepentido toda la vida.

Quizás fue el aire fresco de la sierra peruana, el desconectar de la carga laboral o la tranquilidad emocional que empezaba a sentir cuando obtuve la respuesta. Hace seis años, cuando decidí abrir Palabras que vuelan, ¿cuál fue el motivo que me impulsó a escribir ese primer post y lanzarlo al ciberespacio? Era sencillo: compartir mi amor por los libros; poder debatir, comentar, conocer nuevas personas que amaran la literatura tanto como yo. Nadie me exigía que este blog tuviera un determinado movimiento semanal, nadie me presionaba para publicar un determinado contenido. Era yo, con los libros que leía, con las ideas que se me ocurrían, que había construido la esencia de la web. La decisión era mía, solo mía. Y yo necesitaba de este espacio, porque a lo largo de este tiempo se ha convertido en algo más que un proyecto personal. Es parte de mí porque en cada entrada le pongo esfuerzo, pero sobre todo, dejo una pedacito de mi corazón. Es lo que se hace cuando algo te apasiona tanto: no importa el tiempo o las fuerzas, porque invertir las horas en algo que te gusta siempre, SIEMPRE te va a hacer feliz... y Palabras que vuelan era eso. Tenía que volver, realmente lo necesitaba. 

La última etapa de este proceso fue volver a colocar todo en su lugar. Darle algunos ajustes al diseño, ponerme al día con el correo, terminar esos libros pendientes, abrir la hoja en blanco... y dejar que las letras fluyeran. Aquí estoy, después de un par de meses de ausencia, pero con las mismas ganas que ese primer día en que le di a "Publicar" a la primera entrada. Mi objetivo con este espacio siempre será el mismo: compartir literatura. Por eso, querido lector, también quiero darte las gracias. Por leer esta entrada y tomarte unos momentos para conocer el porqué de mi ausencia. Pero sobre todo, por estar siempre aquí. Tanto si eres de los que se pasan de vez en cuando, de los que comentan o los que leen en silencio, gracias. Palabras que vuelan es una parte mía, pero también una parte de aquellos que están del otro lado de la pantalla. 

El objetivo de este post no es tanto contar mi vida como poner un nuevo punto de inicio para este espacio. He regresado (espero que esta vez por mucho, muchísimo tiempo más) con las ganas de seguir viendo crecer a este rincón literario. Bienvenido (de nuevo), querido lector. Te adelanto que varios meses de ausencia dan para concretar muchas ideas y se vienen algunos post interesantes.

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